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Comida Navideña para nuestros mayores

El pasado mes de diciembre, con motivo del Día de la Sagrada Familia, la Fundación Rebeca Teijeiro organizó una entrañable comida navideña en la finca Monterey, donde se reunieron más de 80 ancianos de distintas residencias. Fue un encuentro muy especial, lleno de alegría, música, cercanía y generosidad, en el que jóvenes voluntarios se volcaron en acompañar, servir y compartir mesa con nuestros mayores.

La jornada fue retransmitida en directo por televisión y se vivió como una auténtica fiesta intergeneracional, en la que el espíritu familiar se hizo presente de manera real y tangible. Un día que dejó una profunda huella en todos los que participaron y que recordó el valor de cuidar, escuchar y celebrar la vida juntos.

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La Navidad que nos volvió a hacer familia

Un encuentro con sabor a hogar

La comida navideña organizada por la Fundación Rebeca Teijeiro fue mucho más que un evento solidario. Fue una verdadera celebración del espíritu familiar, una jornada en la que más de 80 ancianos de distintas residencias se sintieron en casa, acogidos, cuidados y valorados. La finca Monterey se transformó en un espacio de ternura, alegría y calor humano, donde lo esencial se hizo visible en cada gesto.

Sentarse juntos a la mesa, brindar, cantar villancicos y compartir historias fue, para muchos, un regalo inesperado en unas fechas en las que la soledad suele hacerse más presente. Para algunos era la primera vez en meses —o incluso años— que participaban en una celebración fuera de la residencia. Ese día no hubo residencias, ni edad, ni distancias: hubo familia.

Jóvenes voluntarios: servicio, presencia y cariño

Uno de los grandes protagonistas del día fue el equipo de jóvenes voluntarios, que pusieron el corazón y las manos al servicio de los mayores. Se encargaron de servir la comida, organizar la logística, animar la jornada y, sobre todo, acompañar de verdad, con presencia, escucha y alegría.

Muchos se sentaron junto a los ancianos, escucharon sus historias, rieron con ellos y compartieron canciones. Otros se lanzaron a tocar instrumentos o cantar villancicos, creando una atmósfera cercana, festiva y profundamente humana.

La conexión entre generaciones fue inmediata. Los mayores vieron reflejada en los jóvenes la esperanza del futuro, y los jóvenes descubrieron en los mayores una sabiduría que no se aprende en libros. Fue una experiencia transformadora para todos: una escuela de humanidad.

Un respiro en la rutina: dignidad y alegría para nuestros mayores

Eventos como este ayudan a mitigar algunas de las realidades más duras que viven nuestros mayores: la soledad, el olvido, el aislamiento emocional. Esta comida navideña fue un alto en el camino, una inyección de esperanza, un día diferente que devolvió a muchos ancianos el brillo en los ojos y la sensación de seguir siendo importantes.

No se trató solo de hacer algo bonito en Navidad. Se trató de reivindicar la dignidad de los mayores, su historia, su valor y su lugar insustituible en nuestra sociedad.

Un evento que traspasó fronteras

La jornada fue tan especial que incluso fue retransmitida en directo por televisión, lo que permitió llevar este ejemplo de fraternidad y servicio a muchos hogares. Ver cómo jóvenes y mayores compartían mesa y vida tocó el corazón de quienes seguían el evento desde casa.

Gracias a esta retransmisión, el mensaje llegó aún más lejos: la Navidad no se vive solo en familia, sino también cuando convertimos la sociedad entera en una familia para quien más lo necesita.

La familia: vínculo que se construye

El Día de la Sagrada Familia nos recuerda que la familia es más que un lazo de sangre: es un vínculo que se elige y se cuida. Esa jornada fue la prueba de ello. Porque cuando se comparte desde el corazón, se crea familia. Y cuando se mira con amor a quien suele ser olvidado, se construye humanidad.

Esa es la visión que sostiene la misión de la Fundación Rebeca Teijeiro: crear espacios de encuentro, cuidado y esperanza entre generaciones, convencidos de que todos, jóvenes y mayores, tienen algo que dar y algo que recibir.

 

Gracias por hacerlo posible

Nada de esto hubiera sido posible sin la generosidad de tantos: los voluntarios que dieron su tiempo y su cariño, las residencias que confiaron en nosotros, el equipo que preparó la comida, los que animaron con música, quienes ayudaron con la logística y cada persona que, con su entrega, puso su granito de arena.

Esta jornada ha dejado una huella profunda, no solo en quienes la vivieron, sino también en el corazón de la Fundación. Nos anima a seguir trabajando por un mundo más humano, más cercano, más parecido a lo que todos soñamos cuando pensamos en la palabra “familia”.

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